De Samarkanda a Tashkent y de Taschkent vuelo a Bishkek (día 11 agosto)
Nuevo día de viaje. Hoy que pensábamos que iba a ser un puro trámite, resultó otra gran aventura…
De Samarkanda de nuevo en autobús directamente hasta el aeropuerto de Tashkent para despedirnos de la capital uzbeka y cambiar totalmente de escenario y comenzar la aventura de Kirguistán en su capital Bishkek. Lo que no sabíamos era que no iba a salir todo tan rodado…
El viaje de Samarkanda a Tashkent se hizo sin ningún problema. Cariacontecidos llegamos al aeropuerto hacia el mediodía después de haber parado a degustar la que sería nuestra última comida uzbeka. La cocina de este país nos ha seducido y cada día hemos comido y cenado gloria. En algunos aspectos, especialmente las ensaladas frescas, la cocina uzbeka se parece a la mediterránea, particularmente en los ingredientes. Pero también hemos podido degustar cosas muy ricas y muy nuevas.
La última comida en Uzbekistán va a ser un gran homenaje que nos va a ofrecer nuestra guía del país, Madina, quien después de comer nos hizo unos regalos, lo que nos ha hecho terminar de enamorarnos de ella y de su país. Ha sido muy diligente, muy profesional, muy amable y sabe mucho de su país y como contarlo. ¡La experiencia en general nos ha encantado! ¡Muchas gracias Madina, esperamos encontrarte algún día en España!
Nos despedimos de Madina y nos invaden los nervios de un nuevo viaje. Ya habiendo facturado nos ponemos a la cola para pasar inmigración. La cola avanza lentísima. Parece que los controles son bastante rigurosos. Ya cuando llegamos a Uzbekistán los trámites de llegada fueron bastante incordio pero los de salida son incluso peores.
Cruzo el detector de metales y me doy cuenta de que me están abriendo la mochila. Me pregunta el oficial si me pertenece. En ella llevo la cámara de fotos con las lentes y algún disco duro donde almacenar las fotos y vídeos que voy recopilando. Sorprendentemente el oficial se detiene con un monedero en el que llevo algunos amuletos y que ni me acordaba entre ellos se cuenta una moneda toledana del siglo XII. ¡Aquí me han cazado!
Está terminantemente prohibido llevarse antigüedades de Uzbekistán y lo llevan muy a rajatabla. El oficial se cree que mi moneda toledana, que no es otra cosa que un pedazo de cobre, está convencido de que es uzbeka. Me pregunta que si la he comprado en Uzbekistán y si tengo el certificado de autenticidad. Le cuento que ya la tenía al entrar al país. En ese momento revisa el registro de entrada, un papel en el que cuando se llega a Uzbekistán se deben enumerar cantidades de dinero así como cosas de valor con más de 5 años que se introducen en el país.
Yo nunca caí en la cuenta de que esa moneda pudiese tener tanto valor, de manera que no la anoté junto con la descripción de las divisas y cosas de valor con las que viajo.
En ese momento me empiezo a poner nervioso, el agente se empieza a poner nervioso, mis compañeros de viaje comienzan a ponerse nerviosos… Al final trato de calmar al oficial diciéndole que si no me cree, dadas las circunstancias me da igual que se quede la moneda. Llama al superior de turno. Le vuelvo a contar toda la milonga. Me llevan a un cuartito. Me interrogan. Les cuento la vida y al final igual que el destino te pone contra las cuerdas, en un momento dado la cuerda se afloja.
Al final me dejaron conservar mi moneda y no tuvimos ningún otro contratiempo. El resto de pasajeros pasó sin problema y todos hemos aprendido la lección, algo que se podrá aplicar no sólo para cuando se viaje a Uzbekistán sino a cualquier país en donde las antigüedades tienen tan alta consideración, es decir cualquiera de los demás países que vamos a seguir visitando durante esta Ruta de la Seda Plus: Kirguistán y China.
Por otro lado la llegada a Kirguistán es bastante tranquila. Desde hace unos meses los europeos no necesitamos visado y el ambiente que se respira en el aeropuerto de Bishkek es mucho más relajado. Los agentes de aduanas son bastante más simpáticos, no perdemos ninguna maleta en esta ocasión, y tras realizar los formalismos de llegada, allá nos está esperando ya Eduardo, quien será nuestro guía en Kirguistán.
Eduardo es cubano y por esas relaciones de las naciones comunistas vino a estudiar a Bishkek hace más de 15 años. Aquí se enamoró de una rusa kirguisa y desde entonces no ha vuelto a Cuba más que de vacaciones. Habla perfecto kirguis y ruso y por las primeras impresiones parece que nos lo vamos a pasar pipa con él.
– ¿Entonces te secuestró tu mujer? – le pregunta Mayte que es una de las viajeras del grupo con un humor más agudo y que menos pelos tiene en la lengua. Los demás nos echamos a reir.
Yo les había contado lo que había leído sobre la tradición kirguisa de secuestrar a las mujeres para obligarlas a casarse. Aparentemente actualmente está prohibido por el gobierno pero se sigue practicando y de hecho se considera que el secuestro está todavía relacionado con el 50% de los matrimonios en Kirguistán.
El ala kachuu o “rapto de la novia” es una práctica común en Kirguistán por la que los hombres secuestran a las mujeres con la intención de casarse con ellas. Según marca la tradición ni ellas ni las familias se pueden oponer a un matrimonio para el que se ha secuestrado a la mujer. Madina, nuestra guía uzbeka, también había aludido a la práctica que también se continúa realizando entre la población kirguisa de Uzbekistán.
Al escuchar la pregunta Eduardo estalla en carcajadas y nos confieso que en realidad fue él quien raptó a su mujer. Tras esto nos lleva a cenar y ya en este primer restaurante nos damos cuenta de que en la gastronomía en Kirguistán es bastante parecida a la de Uzbekistán. Sopas, ensaladas y guisos de carnes con nombres casi idénticos a los uzbekos se repiten en la carta. ¡Estamos de nuevo como en casa!
Por primera vez pedimos a la carta y hasta que nos ponemos de acuerdo pasa un rato. La cena también tarde en venir pero la espera merece la pena.
Nada más cenar estamos cansados y tras cambiar dinero en un proceso que fue bastante más fácil y menos mafioso que en Uzbekistán, nos retiramos a dormir para descansar y prepararnos para el largo día que nos espera al día siguiente.