Visita a Bujara (7 de agosto)
Bujara comenzó siendo la capital de un emirato samánida, una dinastía persa de gobernantes que destacaron especialmente como importantes mecenas del arte y la literatura, allá por finales del primer milenio. Era ya por entonces un importante enclave comercial de la Ruta de la Seda. Su influencia se extendía desde Mongolia hasta los límites del actual Pakistán. Incluso la ciudad de Samarkanda se incluía en este territorio aunque la grandeza de esta última llegaría mucho después con la dinastía de los timúridas.
Cuando Bujara comienza a destacar en el mapa es la época de la expansión del islam por está región que en aquella época se conocía como Transoxiana o Serindia y suponía la fusión del mundo “turco-persa”. Hoy genéricamente se conoce como Asia Central, Eurasia Central, Asia Interior o el Turquestán Occidental, una región actualmente dividida en los seis países cuyos topónimos terminan en -tán: Turkmenistán, Tayikistán, Afganistán, Kazajistán, Kirguistán, parte de Pakistán y Uzbekistán, en donde como sabemos actualmente se encuentra la ciudad de Bujara, a donde llegamos anoche.
Con la llegada del islam Bujara se convirtió en un eminente centro religioso y cultural. Llego a contar con más de un centenar de mezquitas y muchas más madrazas coránicas. La ciudad albergaba a los escolares por miles y a los maestros que impartían sus enseñanzas por cientos. Uno de estos maestros fue el famoso médico y filósofo Ibn Siná – Avicena – quien nació en Bujara en el año 980.
Pero no todo fue gloria en Bujara. Después de la dinastía samánida, llegaron los mongoles. Gengis Khan arrasó la ciudad a comienzos del siglo XII y cuenta la leyenda que lo único que se salvó fue la torre Kalon o Kalyan. El terrible guerrero mongol se apiadó de la belleza de la torre y gracias a eso, como ya pudimos observar desde el restaurante donde cenamos anoche, continúa en pié como símbolo de la ciudad.
El brillo volvió a Bujara durante la dinastía timúrida aunque desde entonces siempre a la sombra de la grandiosa Samarkanda, que Timur convirtió en la nueva capital del reino, mientras que Bujara hacia las huestes de capital religiosa y eso a pesar de que Timur o Tamerlán, como se le conocía en Europa, nunca basó su gobierno en la religión, aunque sí la utilizó a su favor cuando le convino.
Como ya sabemos Bujara, junto a nuestra querida Jiva, que hacía apenas 24 horas que habíamos dejado, y Samarkanda a donde llegaríamos en dos días, ya en el siglo XVII, se convirtieron en capitales de ricos khanatos musulmanes. Son mayormente de esta época, aunque bastante renovados, los caravasares, bazares, mezquitas, madrazas y principales monumentos que nos encontramos durante nuestra visita a la ciudad.
Al igual que en el caso de Jiva, la ciudad comenzó a ser renovada durante la última época soviética, una labor que el gobierno del Uzbekistán independiente intensificó cuando la ciudad fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993, apenas dos años después de la declaración de independencia.
Comenzamos nuestra visita por los caravasares que nos encontramos alrededor de la plaza Lyaby Hauz, nada más salir del hotel. En ellos nos damos cuenta de que actualmente se han convertido en comunidades de artesanos. Lo que antes eran habitaciones para los viajeros que necesitaban reposo después y antes de varios días continuos de viaje, hoy han pasado a ser tiendas.
Los caravasares recuperados de Bujara de hoy en día funcionan de hecho como un antiguo gremio, pero con diversidad de artesanos. En ellos se mezclan pintores, ceramistas, bordadores, latoneros, peleteros, orfebres y algunas profesiones manuales más que principalmente aunque no sólo se dedican a fabricar recuerdos turísticos.
Sí, inevitablemente los nuevos caravasares tienen un carácter principalmente turístico. Sin embargo Bujara a pesar de la extrema renovación de su centro, sigue siendo una ciudad, a diferencia de Jiva, que bulle de actividad, y no es simplemente un decorado turístico como se apreciaba más claramente en aquélla.
Si Jiva es bonita… ¡Bujara tiene más carácter!
Aunque estos modernos caravasares han heredado la principal función de los bazares, éstos también siguen existiendo y en Bujara, al igual que habíamos visto en Jiva, se encuentran cubiertos de monumentales cúpulas.
El mercado, la ciudadela, los caravasares, las mezquitas, las madrazas, los bazares… Bujara es realmente una ciudad grandiosa con infinitos atractivos y cada cual más interesante que el anterior. El día estuvo cargadito de momentos inolvidables. Entre ellos la mezquita de verano fue sin duda uno de los momentos más conmovedores del día. Hoy es viernes y es día grande en las mezquitas pues se produce la mayor plegaria.
Cuando llegamos a la mezquita de verano se está preparando para esa gran oración del viernes. Hay un gran alboroto. Las mezquitas de verano además son abiertas de modo que se puede observar desde fuera todo el interior. Digamos que son como un escenario en el que como en el teatro mirando al mihrab los fieles son la cuarta pared.
Algunos voluntarios terminan de colocar las alfombras por el suelo en las zonas más exteriores, mientras que otros ya han comenzado las abluciones que requiere el protocolo del rezo. A la mezquita principalmente son varones los que acuden, aunque en la mezquita de verano de Bujara está permitida la oración del viernes también a las mujeres, eso sí, ambos sexos se colocan en lugares distintos. Los hombres generalmente delante y las mujeres detrás.
La mayoría de creyentes viste sus mejores galas. Entre ellos abunda el sempiterno tubeteika, el gorro cuadrado típico de los uzbekos que aunque con una forma similar suele mostrar diferentes estampados según la región del país de la que proceda. Ellas generalmente visten una camisa larga casi hasta la media pierna y se abre a los costados desde la cintura. La blusa se complementa con unos pantalones anchos abombados que se ciñen hacia los tobillos. Es imprescindible una bufanda – sí, sí, muy a pesar del calor – sobre todo hoy viernes, y más para entrar en la mezquita, pues sirve para cubrirse obligatoriamente la cabeza si es que no se lleva pañuelo.
¡La verdad es que es un espectáculo precioso y otro de esos momentos de magia que nos ofrece esta Ruta de la Seda Plus!
Otra de las visitas estrella del día es al mercado del oro. Se encuentra a las afueras de la imponente ciudadela amurallada. Algo que me llama tremendamente la atención en el mercado es que la mayoría de los clientes son mujeres, tanto las vendedoras como la mayoría de compradoras son ellas.
Ya me había dado cuenta de que en Uzbekistán a las mujeres les gusta empastarse los dientes con oro. Lo había visto también en otras culturas, como la uygur de la provincia de Xinjiang – hacia donde también nos dirigiríamos – que también son un pueblo turco. De hecho conocidos son los expolios que se hacían, sobre todo antiguamente, a los cementerios de estos países en busca de las dentaduras de oro de las personas fallecidas. Bueno pues en el mercado del oro de Bujara se puede remarcar más notoriamente esta práctica. La mayoría de vendedoras tiene si no todos, la mayoría de sus dientes recubiertos del precioso metal. Es un orgullo y seguramente que forma parte de su código de belleza. ¡A mi particularmente me da cierta impresión! ¡Eso sí cuando se ríen tienen una sonrisa brillante!
De nuevo ha sido un día largo e intenso. Después de las visitas no tenemos mucho tiempo y llegamos al hotel para darnos una ducha y descansar sólo un ratín antes de volver a salir para por fin, algo que hemos estado esperando desde que llegamos a Uzbekistán y oímos hablar de él, probar el plov, pilov, palov or pilaf pues con todas esas grafías la he visto escrito.
Madina nos ha prometido que en Bujara es el más rico y famoso. Quizá como la paella en Valencia. Además nuestra guía se conoce un restaurante familiar que es una casa en la que la señora lo cocina. Hay que ir pronto pues aunque ya tenemos reservado, los uzbekos cenan temprano así que a las 7 ya estamos sentados a la mesa.
El restaurante es precioso, una casa típica uzbeka, bastante decorada pero no de manera excesiva y con muy buen gusto. Y el plov resulta estar a la altura de nuestras expectativas o incluso más. Yo me había hecho una idea pero al verlo cocinar, me he sorprendido gratamente y mucho más después al ser servido pues se acompaña con ajos asados, ciruelas pasas y agracejos.
La cocina es abierta y se encuentra en un gran recinto de la casa junto a lo que podría considerarse un patio. El salón está en el interior del edificio principal y luego el baño se sitúa en otras dependencias separadas del edificio principal y para llegar hasta allí hay que atravesar el patio que incluye la cocina. El restaurante al ser una casa familiar no es muy grande y está completamente reservado para nosotros.
Después de ver como cocinan el plov y antes de que se sirva me dedico a curiosear entre los objetivos que sirven de decoración. Hay una potpurri de elementos que me recuerdan a la cultura rusa como muñecas matrioscas junto a ojos nazars, esos amuletos islámicos para el mal de ojo, y alguna palma de la mano de Fátima. Igualmente hay una pequeña pero, adivino, valiosa colección de fotografías de antepasados no muy lejanos y de los miembros de la familia en momentos especiales de sus vidas.
La cena de plov de Bujara fue todo un acontecimiento privilegiado, no sólo por degustar el plato nacional de Uzbekistán y de muchos otros países de Asia Central sino también por el lugar donde lo hicimos. Entrar en la casa de esta familia y sentirnos como si visitáramos a unos parientes lejanos a los que todavía nunca habíamos conocido fue todo un acierto y uno de los recuerdos que seguramente mejor se nos han grabado en la memoria.
Yo que como ya había dicho, soy un gran fan de Marco Polo, esta noche en casa de esta familia uzbeka me he sentido exactamente como el mercader veneciano cuando describe alguna de las muchas visitas que realiza a lo largo de su viaje desde Venecia a Mongolia; y en el que consta que también va a pasar por Bujara aunque no escribió, o no se ha conservado la descripción. Si por el contrario se conserva la descripción que hace de Samarkanda, así como se conservan notas del paso de los hermanos Polo, el padre y el tío de Marco Polo, por Bujara en donde se quedaron comerciando nada más y nada menos que 3 años.
En definitiva el plov nos satisfizo a todos muy mucho. Para terminar de ponerle la guinda al pastel del día como sobremesa la familia nos enseñó algunos manteles y telas bordadas que hacen las mujeres de la casa, ellas mismas a mano. Según apreciaba la calidad de los tejidos, me acordaba de uno de mis poemas favoritos, la epopeya Ítaca del poeta griego Constantino Kavafis:
“…y adquiere hermosas mercancías,
madreperla y coral, y ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos,
cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes…”
Alguno de aquellos manteles que nos enseñaron en la casa restaurante de Bujara, hoy se encuentra en España.