De Tashkent a Jiva (4 agosto)
El viaje desde el aeropuerto de Tashkent al hotel es un paseo por grandes y largas avenidas pobladas de mastodónticos edificios de estilo soviético. Se nota la impronta que los rusos dejaron aquí, una marca que se extiende por todas las repúblicas de la esfera soviética desde el Rhin en Europa hasta Vladivostok en el extremo oriente, y países como Mongolia y China, que también estuvieron, y hasta continúan, en la órbita “comunista”.
Yo había leído que Uzbekistán era uno de los países más pobres y expoliados de Asia Central. Sin embargo este primer paseo a través de la capital me da la impresión de ser una ciudad grandiosa, majestuosa, amplia. Las iglesias ortodoxas se entremezclan con las mezquitas, mucho más numerosas. Las cúpulas doradas se combinan con alminares decorados con coloridos mosaicos, ofreciendo un cierto aire kitch a la ciudad. Numerosos momentos decoran este primer decorado uzbeko en el que no faltan árboles y jardines. Me sorprende que haya tantos espacios verdes.
En poco tiempo estamos en el hotel, un edificio que hace honor al estilo soviético. Es una mole gigantesca de granito con un interior, como descubriremos poco después, cubierto de mármoles. ¡Es grandioso! ¡Tanto como el viaje que acabamos de emprender! Aunque antes de entrar nos llama la atención la algarabía que hay formada a las puertas. Un numeroso grupo de personas, en atuendo de domingo, aguardan a lo largo de un provisional dosel alargado en forma de arco decorado con globos que se encuentra a la entrada del hotel.
Madina nos explica que se trata de una ceremonia que forma parte de una boda. Se denomina el “Plov de la mañana” y al que sólo suelen asistir los hombres. Nos enteramos que la boda es uno de los acontecimientos más importantes de la cultura uzbeka. Tradicionalmente las uniones eran decididas por los padres aunque hoy en día, sobre todo en las grandes ciudades, los cónyugues tienen cada vez más libertad para elegir a sus consortes. En este momento Madina baja el tono y nos confiesa que es por eso que ella todavía no se ha casado. Y tiene 27 años, cuando la edad para casarse en la mayoría de lo casos no supera los 25 para las chicas. Ella espera a casarse por amor.
El plov de la mañana se realiza después de la primera plegaria el mismo día o un día antes de la boda. En Uzbekistán las bodas pueden llegar a durar varios días. A esa plegaria que se realiza en la mezquita sólo acuden los hombres. El plov es un guiso, generalmente de cordero y ternera, con una base de arroz y verduras. ¡Una especie de paella uzbeka vaya! Tradicionalmente el plov de la mañana lo cocinaba la familia de la novia y se servía en la casa del novio. Sin embargo actualmente, especialmente en las grandes ciudades y entre la gente pudiente, se organiza en hoteles o restaurantes.
Toparnos con la ceremonia al llegar al hotel nos ha animado ya que después del largo viaje estamos tan cansados que sólo queríamos ir a dormir. También nos ha abierto el apetito. Tras dejar las maletas en la habitación bajamos a desayunar. Allí nos encontramos a Mayte y a Joan.
Ya había comentado que al salir de Madrid no estábamos todos. Aquí en Tashkent ampliamos el grupo con una pareja que también participará de esta aventura de la Ruta de la Seda Plus. Esta pareja de burgalesa y catalán salieron desde Barcelona un poquito antes que nosotros y han pasado la noche en el hotel. Están frescos y Mayte enseguida nos da la bienvenida con una hiperactiva personalidad. Se intuye desde ya que va a ser la gran animadora del grupo. O una de ellas.
Degustando el sabor de una taza del famoso té uzbeko les ponemos al día de nuestra aventura en el aeropuerto de Estambul. Ellos han volado primero a Moscú. A pesar del cansancio, el grupo está animado con la energía y la excitación del comienzo de algo grandioso. No obstante tras el desayuno nos retiramos a descansar un par de horas mientras que Mayte y Joan salen a pasear por Tashkent.
El descanso se nos hizo corto pues a mediodía tenemos el vuelo a Urgench, el aeropuerto más cercano de la mítica Jiva, el primer gran destino para nuestra caravana. Tashkent se va a quedar como un pequeño aperitivo, aunque no para todos…
Después de cambiar dinero, una pequeña gran odisea en la que nos sentimos pequeños agentes de la mafia participando del mercado negro de divisas en Uzbekistán, salimos para el aeropuerto. Cual sería nuestra sorpresa al llegar al mostrador de facturación y darnos cuenta de que hay un pequeño contratiempo. ¡De nuevo los mecanismos de defensa se ponen alerta!
– Pero ¿Cómo es posible?
– ¡Debe haber un error!
La azafata de tierra nos confirma que sólo hay 11 reservas.
– ¡Pero si ahora somos 13!
Intentamos negociar para poder embarcar todos juntos pero por algún malentendido Marian y Juan Carlos tienen billete para el siguiente avión que sale en la tarde. Después de intentar todas las opciones, nos confirman que el vuelo está completo y debemos esperar hasta la hora del embarque para saber si hay plazas libres, algo que no ocurrió con lo que nuestra pareja de asturianos se va a dar una vuelta por Tashkent hasta la hora de su vuelo.
Como nos contarían después la pequeña excursión que la agencia local les organizó, les ha gustado mucho. Además ellos ya han estado en Uzbekistán e incluso conocen Jiva de modo que contentos con la posibilidad de descubrir un poco más de Tashkent, nosotros nos despedimos para esperarles luego en Jiva.
Si en Tashkent hace calor, en Jiva es para derretirse. Sin embargo el decorado es tan bonito que ni nos molesta y nada más llegar al hotel, la mayoría de miembros del grupo nos vamos a descubrir la ciudad. Eso sí después de reponernos de la gran sorpresa que supone el llegar al hotel en donde nos vamos a alojar.
Hemos llegado a Jiva rodeando la muralla y parece que hemos entrado por la puerta de atrás. Sin embargo al llegar al hotel estamos en el medio de la escena. Se diría que la ciudad ha estado construida alrededor de nuestro hotel. No en vano el Orient Star era la madraza o medersa Mohammed Amin Khan recovertida y renovada. Fue la mayor madraza no sólo de Jiva o Uzbekistán sino de toda Asia Central y es una verdadera joya de la arquitectura islámica de esta región.
El exterior cuenta con todos los elementos de una madraza o escuela coránica monumental. El pórtico de la entrada con su arco de medio punto y las preciosas mayólicas da paso a una sencilla recepción por la que no se adivinaría el espectacular patio interior alrededor del que se organizan las habitaciones. Sus 125 celdas divididas en dos plantas podían acoger hasta 260 escolares. Hoy esas celdas convertidas en habitaciones todavía guardan el aura misterioso de cuando eran pacíficos refugios dedicados al estudio del Corán.
Se encuentra nada más cruzar la puerta oeste de la muralla que divide la ciudad, dando lugar a las dos secciones en las que está divida Jiva: Itchan-Qala y Dichon-Qala. Intramuros es la zona más monumental, ¡como si fuera el casco antiguo vaya! Y la zona exterior de la muralla en donde se produce el verdadero espectáculo de la vida local al asentarse la mayoría de la población.
Consciente de que el Intramuros lo visitaríamos al día siguiente con una visita guiada, sin dudarlo ni un momento y aprovechando que tenemos la tarde libre, yo junto con otra pareja que no quiere dormir la siesta, como una bala nos lanzamos directos al más allá, al otro lado de las murallas.
Pasear por la periferia de Jiva nos regala esquinas desiertas donde perros cansados de no hacer nada dormitan a la sombra; sombras desde donde señoras vigilan la levedad del paso del tiempo y a turistas perdidos como nosotros; alguien se cruza en bicicleta por nuestro camino acercándose para vernos más de cerca; y cuando comenzábamos a pensar que Jiva era un decorado en el que hoy no había rodaje, nos topamos con una escena de chicos peleando mordiendo el polvo.
Ellos casi tan emocionados como nosotros de vernos, nos dan la bienvenida para explicarnos que practican Kurash, la famosa lucha libre uzbeka, aunque también popular con distintas variaciones en todo Asia Central. Después averiguaríamos que en realidad procede de los turcos y por eso es común a todos los pueblos turcomanos de la región.
Con ese primer encuentro nos damos cuenta de lo amigables que son los uzbekos. Poco después caeríamos en la cuenta de que ellas aunque un poco más tímidas en un principio, son igual de extrovertidas. Sin embargo en su cultura hay drástica distinción de géneros y no está bien visto que las chicas hablen y se relacionen con extraños, especialmente chicos, que no sean de la familia.
Jiva estoy seguro que es una ciudad acostumbrada a los turistas, pero no muchos se deben aventurar tan lejos fuera de las murallas. Al pasear por los estrechos callejones sentimos la curiosidad, nos apunta desde todas direcciones. Ha comenzado a caer el sol y la ciudad comienza a mostrar que hay vida. Mujeres y niñas hacen cola en la fuente, otras ya han comenzado a baldear agua alrededor de la puerta de sus casas, un hábito bastante común al que se dedican siempre ellas al principio de la tarde. Niños juegan en las calles transportándome a mi infancia cuando en verano, ya en vacaciones, esperaba ansioso el final del mediodía para poder escaparme a la calle a jugar, pretendiendo que ya no hacía calor.
Pero poco más podemos disfrutar del espectáculo – ¡Vaya ahora que había comenzado la película! – Sin embargo se acerca la puesta de sol y hemos quedado para verla todos juntos antes de ir a cenar. De todas formas la película continúa y sólo acaba de comenzar. Hoy es todavía sólo el primer día de esta Ruta de la Seda Plus y nos quedan otros 27.
La puesta de sol desde las alturas de Jiva es sublime. Hay siempre algo de misterioso en el desierto y más en un oasis donde se combina con la magia de la vida y la música que produce el agua. Mientra miro al sol poniéndose tras las dunas en el horizonte, vuelve a mí el sonido de las niñas baldeando agua alrededor de la puerta de sus casas y me deleito pensando que Jiva efectivamente es un oasis en el medio del desierto.
A la hora de la cena, de nuevo estamos todos. Marian y Juan Carlos han llegado de Tashkent y nos cuentan su excursión por la ciudad. Nos ponen un poco los dientes largos pero no tanto como los manjares que los camareros nos ponen sobre la mesa. Ya hablaremos sobre la comida uzbeka… De momento sólo decir que si el restaurante de la primera noche en Jiva ofrecía un escenario incomparable, la cena no fue para menos.