Eterna y global, más Ruta de la Seda que nunca
Es un gran viaje que no se conforma sólo con atravesar la geografía, sino que también transcurre a través de la historia, la cultura, la política y la religión.
Si no me llamase Daniel, probablemente me hubiese llamado Marcos. En la pugna que tuvieron mis padres por elegir el nombre de su segundo hijo, ganó mi madre y mi hermano mayor que se alió con ella. Mi padre quería llamarme Marcos como San Marcos y como Marco Polo, uno de sus héroes. Al final me llamo Daniel como San Daniel o Daniel Boom pero quizá por aquella razón entre tanto santo, Marco Polo es también santo de mi devoción y ha sido junto con Tintín y el Willy Fog de Julio Verne los impulsores de haberme convertido en el viajero, periodista y hasta guía de viajes que hoy soy.
Estoy volviendo a casa, a Madrid, ahora vivo en Birmania, para preparar mi próxima gran expedición. Cuando mi amigo Salva, un compañero de batallas de cuando trabajamos en la televisión en China, me propuso la idea de hacer de guía para una expedición a través de la Ruta de la Seda ni me lo pensé dos veces. Sabía que él lo había hecho el año anterior y lo hubiese vuelto a hacer si no fuera porque está trabajando en otra cosa en medio del Pacífico, en la isla de Fiji, y de donde desgraciadamente para él y afortunadamente para mí, no se podía escapar. De todas formas Fiji suena como un buen lugar para no poderse escapar.
Gracias a Dios, a Marco Polo, a Buda, a Tao, a Allah, a Confucio, a Gengis Khan, a los gusanos de seda o a quien más le pueda agradecer, me lo he podido montar para esquivar mis obligaciones profesionales (además de las lluvias pues es tiempo de monzón) en Birmania durante el tiempo que dura el viaje y… ¡voy a hacer de guía acompañante en el viaje de la Ruta de la Seda Plus de la agencia Rutas 10!
Al llegar a mi casa de Madrid lo primero que hago es buscar el libro de Los Viajes de Marco Polo. Fue durante un tiempo uno de mis libros de cabecera y seguramente todavía hoy me inspira la forma en que se escribió. Es mucho más que un libro de viajes. Es casi un tratado etnográfico y algo por donde comenzar a prepararme para la que se me avecina.
La Ruta de la Seda puede ser para un viajero como la confirmación de ese título. Hay míticos grandes viajes como el Camino de Santiago, el Transiberiano, atravesar la Gran Carretera del Centro de Australia o la Ruta 66, y junto a ellos todavía la Ruta de la Seda por extensión y significado se queda corta.
Encuentro por fin Los Viajes de Marco Polo y cual es mi sorpresa cuando hojeando el libro me encuentro con 16.000 de las antiguas pesetas. ¡Guauuuu, esto es un buen augurio! Hubo una época en la que guardaba los ahorros en mis libros, utilizándolos de hucha. Cuando llegó el euro vivía en Francia y en la primera oportunidad que tuve al llegar a España, cambié todas las pesetas que tenía. Éstas se me pasaron inadvertidas. Hoy más que nunca el libro hace honor a como también se le conoce “El libro de las maravillas”.
Para preparar mi Ruta de la Seda enseguida pensé en Los Viajes de Marco Polo y Salva me recomendó el libro de un popular autor británico “La sombra de la Ruta de la Seda” de Colin Thubron. Lo estuve buscando durante un tiempo sin éxito y cuando lo encontré en una vieja librería de viajes de Madrid, el libro valía 43€, lo que en aquel momento me pareció excesivo.
Unos días antes de partir tenía que pasar por la oficina de Rutas 10 en Madrid para recoger mi pasaporte con los visados necesarios y toda la información que necesitaba para el viaje. Tras el hallazgo de las pesetas comencé a considerar el libro como un regalo del destino.
Mientras viajaba a la oficina de la agencia de viajes en Madrid pensaba en la mejor combinación de transportes posible para antes ir al Banco de España a cambiar las pesetas. Hasta las 11 no había quedado en la oficina. Me monté en el autobús. Me puse el curso de idiomas que llevaba en el mp3 y comencé el escucha y repite que el curso me ordenaba. Me sonaba a chino. Después de haber vivido 5 años en China, ya llevaba casi dos en Birmania y tenía el chino un poco oxidado. Pero con el viaje de la Ruta me había propuesto refrescarlo. En el fondo la mayor parte del trayecto trascurriría en China y si me habían elegido como guía también había sido sobre todo por los conocimientos de la lengua.
Llegué al centro de la ciudad. Cogí un taxi. Y pensé las contadas ocasiones en las que utilizaba ese medio de transporte en mi ciudad. Yo soy de bici y de andar. Me sorprendí de lo exagerado del precio de la carrera que comparé recordando los reducidos precios de Pekín, la ciudad en donde concluiría nuestra Ruta y en la que durante cinco años sí había abusado de aquel medio de transporte. Las distancias en la capital china no son ni para andar ni para ir en bici.
El taxi me dejó en la boca del metro. Me apresuré por las escaleras mecánicas. En el camino iba calculando el viaje que me disponía a hacer. No había sido nunca bueno en matemáticas pero era un lince calculando trayectos, mi especialidad. Me conocía además el Metro de Madrid como la palma de la mano. A pesar de que en mi ausencia – llevo mucho tiempo viviendo fuera – el Metro había crecido mucho y habían surgido multitud de nuevas estaciones. Las nuevas eran periféricas. No las necesitaba hoy.
Mi cabeza sabía exactamente adónde y como ir. De Arturo Soria a Goya, en Goya línea 2 y hasta Banco de España.
Mientras me acercaba al banco, pensaba en el deseo de que aquellas no fueran mis últimas pesetas olvidadas. Ya en otro momento, en otro tránsito, había encontrado otros billetes de pesetas forrando algún libro escogido de mi librería al azar o por capricho.
Al entrar vi el detector de metales. Antes de que el de seguridad se dirigiera a mí ya me había quitado hasta el cinturón. Tenía experiencia también en esto de los detectores de metales. En ocasiones pasaba más a menudo por detectores de metales de aeropuertos que por la puerta de mi casa.
Por dieciséis mil pesetas me dieron noventa y seis euros con algunos céntimos. Al salir, con el bolsillo repleto de los euros más nuevos que había visto en mi vida, comencé a subir la calle Alcalá. Me apresuraba para alcanzar la oficina y volver a salir pitando para comprarme el bendito libro.
Ese día volví a casa no sólo con mi nuevo ejemplar de la “Sombra de la Ruta de la Seda” y la información del viaje que la agencia me proporcionó, sino que allí también me regalaron un ejemplar de la mítica Embajada a Tamerlán de Ruy González de Clavijo, el embajador español que viajó a Samarkanda; y el número especial de la revista Altaïr, mi revista de viajes favorita, sobre la Ruta de la Seda.
Hubo un tiempo en el que viajaba cargado de libros, sin embargo últimamente voy con un ebook y una tableta y allí llevo incluso una mayor biblioteca que la que antes nunca podía transportar. A pesar de todo parece que entre el equipaje para la Ruta de la Seda vuelvo a contar en papel con una pequeña gran biblioteca sobre el tema. Y no me cabe duda. ¡Es lo primero que meto en la maleta!
Foto apertura: Sergey Pesterev